Siempre hablamos de momentos irrepetibles, y es que por muy cíclicas que puedan parecer nuestras hermandades, lo cierto es que nunca habrá dos instantes iguales.
Nadie podía imaginar que esa niña venida de tierras sevillanas, nos consolaría a bordo de ese precioso barco en el que navega cada Lunes Santo, acompañada por algo más que una capilla musical.
Pero esa es la historia, y veinticinco años dan para eso y mucho más. Ya ocurrió una vez, pronto volverá a ocurrir y aunque nada tendrá que ver, tal vez se parezca...tal vez no. Eso sólo Ella lo sabe,
Nuestra Madre y Señora de la Consolación. Felicidades Madre de la Iglesia.
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