Resulta paradójico que el momento final de una Semana Santa pueda ser a la vez el más esperanzador, sinónimo de ilusión, y de futuro prometedor.
Hoy son niños que acompañan al Dulce Nombre de Jesús por las calles con el mayor de los orgullos. Mañana serán los dignos portadores del testigo que les dejaremos los que ya no somos tan jóvenes.
Eso es lo verdaderamente importante. No dejemos que las campanillas dejen de sonar nunca más.
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